jueves, 30 de enero de 2014

Reglas que se han de observar con los endemoniados que se exorcizan


RITUAL DE 1614 SOBRE EL EXORCISMO

 Título XI Capítulo 1 

 

Reglas integradas en el Ritual romano 

 

Reglas que se han de observar con los endemoniados que se exorcizan  

El texto de 1614 sólo ha sufrido modificaciones muy ligeras en 1926, bajo Pío XI, y en 1952, bajo Pío XII. 

 

 
El gran exorcista platense Padre Carlos Alberto Mancuso exhibiendo el Ritual de 1614





l. El sacerdote encargado, por autorización especial y expresa de su ordinario, de exorcizar a las personas atonnentadas por el demonio debe tener la piedad, la pru­dencia y la integridad de vida que requiere su función: confiando no en su fuerza, sino en la de Dios, ajeno a toda búsqueda interesada de bienes humanos, que cum­pla una obra tan santa por caridad, con constancia y humildad. Es conveniente ade­más que sea de edad madura, y respetable no sólo por su oficio, sino también por la dignidad de sus costumbres. 



2. Así pues, para que realice correctamente su misión, aplicándose a sacar de los autores experimentados otras enseñanzas que le serán útiles -que aquí por brevedad se omiten-, observará cuidadosamente algunas nornas, más necesarias, que aquí se indican. 



3. Ante todo, que no crea fácilmente que alguien está poseído por el demonio, sino que conozca bien los signos que penniten distinguir un poseso de los enfermos, par­ticulannente los enfennos psíquicos. Ahora bien, las señales de una posesión demo­níaca pueden ser1: decir una larga serie de palabras en una lengua desconocida, o comprender al que las dice; revelar cosas distantes o secretos; mostrar fuerzas supe­riores a las de su edad o de su constitución natural -y otros hechos de este género que, cuando coinciden, constituyen síntomas mucho más fuertes.



4. Para aumentar su saber en esta materia, después de uno o dos exorcismos pregun­te al poseso qué es lo que ha sentido en su alma o en su cuerpo, a fin de saber tam
bién qué palabras conturban más a los demonios, a fin de, en adelante, inculcarlas con más fuerza y repetírselas más a menudo. 



5. Advierta qué artificios y qué fingimientos utilizan los demonios para engañar al exorcista: tienen en efecto la costumbre de dar, lo más posible, respuestas engaño­sas y de mostrar dificultad en manifestarse, para que el exorcista, agotado por los lar­gos esfuerzos, termine por renunciar; o para que parezca que el paciente no es atormentado por el demonio. 



6. A veces los demonios, después de haber sido desenmascarados, se ocultan y dejan al cuerpo en apariencia liberado de toda importunidad para que el enfermo se crea completamente liberado; pero el exorcista no debe cesar hasta constatar señales de la liberación. 



7. A veces los mismos demonios ponen delante del enfermo todos los obstáculos que pueden para que éste no se preste a los exorcismos, o bien tratan de convencerle de que su enfermedad es natural; a veces durante el exorcismo hacen dormirse al enfer­mo y le hacen asistir, en una visión, a su propia retirada, de" manera que el enfermo se crea liberado. 



8. Algunos indican la naturaleza del maleficio, sus autores, y el modo de suprimirlo: pero que evite recurrir, por esto, a magos, a hechiceros, o a cualquier otro fuera de los ministros de la Iglesia; y que no utilice, tampoco, ningún otro procedimiento supersticioso, ni ningún otro medio ilícito. 



9. Algunas veces el diablo permite al enfermo estar en reposo y recibir la santa Euca­ristía, para hacer creer que se ha marchado. Finalmente, innumerables son los artifi­cios y fraudes del diablo para engañar a los hombres; el exorcista debe estar muy en guardia para no caer en el engaño. 



10. Que se acuerde de la palabra de nuestro Señor: "Hay un género de demonios que son arrojados si no es por la oración y el ayuno" (Mt 17,20); que tenga cuidado de emplear, con preferencia a todo, estos dos remedios para obtener la ayuda divina y lanzar a los demonios, siguiendo el ejemplo de los santos padres, en la medida de lo posible, bien asumiendo él mismo estas prácticas, bien recomendándolas a otros. 



11. El exorcismo, hágase en una Iglesia, si es posible o en otro local religioso y con­veniente a donde sea llevado el energúmeno, apartado de la gente, para ser exorci­zado, pero si está enfermo, o por otra razón honorable, podrá ser exorcizado en una casa pri vada. 



12. Exhórtese al poseso, si su espíritu y su cuerpo tienen capacidad para ello, que ore a Dios por sí mismo y que ayune y recurra a la ayuda de la santa confesión y santa comunión, con frecuencia y de acuerdo con los consejos del sacerdote; durante el exorcismo, recójase profundamente, vuélvase hacia Dios y, con una fe firme, con toda humildad, implore su salud. Y cuando aumente la violencia de los tormentos, que lo soporte con paciencia, sin dudar en ningún modo de la ayuda de Dios. 



13. Dirija la mirada al crucifijo. Cuando pueda tener también reliquias de santos, después de haberlos ligado de manera conveniente y segura, y haberlos recubierto con un velo, acérquelos con respeto al pecho y a la cabeza del poseso; pero que atienda cuidadosamente a que estas cosas sagradas no sean tratadas de manera indig na, ni que no les haga el demonio ninguna injuria. En cuanto a la santa Eucaristía, que no se la tenga sobre la cabeza del poseso, ni se la acerque de alguna otra mane­ra a su cuerpo, por el posible peligro de irreverencia. 



14. Que el exorcista no se extienda en hablar mucho; que no haga preguntas super­fluas o de simple curiosidad, especialmente sobre el porvenir y sobre secretos temas que no están relacionados con su función; sino que ordene al espíritu inmundo callar­se y responder sólo a lo que se le pregunta; y que no crea el demonio ni finge ser el alma de un santo o de un difunto, o un ángel bueno. 



15. Hay que preguntar por el número y el nombre de los espíritus que habitan en el poseso, sobre el momento de su entrada, y otras indicaciones de esta naturaleza. Pero en cuanto a todo lo demás, burlas, risas, inepcias del demonio, debe cortarlo el exor­cista o tratarlo con desprecio y tengan advertidos a los asistentes, -que deben ser poco numerosos- de hacer caso de ello y no preguntar ellos mismos al poseso, sino más bien, humildemente y con todas sus fuerzas, pedir al Señor por él. 



16. Efectúe las prácticas y la lectura del exorcismo con firmeza y autoridad, con mucha fe, humildad y fervor; y, cuando vea que el espíritu es vivamente torturado, que insista entonces y que le presione más. Y cuantas veces vea al poseso sufrir en cualquier parte de su cuerpo una conmoción o un pinchazo o alguna hinchazón apa­recer aquí o allí, haga en ese sitio la señal de la cruz y una aspersión con agua ben­dita, que debe entonces tener a mano. 



17. Observe también qué palabras provocan en los demonios más estremecimiento y repítalas varias veces; y cuando llegue a la fase de las amenazas, pronúncielas dos veces y más, aumentando siempre el castigo anunciado: si constata entonces progre­sos, persevere en ello, durante dos, tres, cuatro horas, incluso más, en la media de sus posibilidades, hasta conseguir la victoria. 



18. Absténgase el exorcista de dar o de aconsejar cualquier medicamento al enfermo poseso; este cuidado déjeselo a los médicos. 



19. Si exorciza a una mujer, que esté siempre acompañado de personas virtuosas para sujetar a la posesa en los momentos en que es agitada por el demonio; que estas per­sonas, además, si es posible, sean los pacientes más próximos de la paciente; no olvide el exorcista la decencia, y cuídese de no decir ni hacer nada que pueda ser para él, o para otros, ocasión de pensamientos deshonestos. 



20. En el exorcismo, use palabras de la Sagrada Escritura, más que suyas, o de otro. y ordene al demonio decir si está retenido en ese cuerpo a consecuencia de alguna acción mágica o por talismanes o instrumentos maléficos -y, si el poseso los ha tra­gado, que los vomite; o bien, si estos objetos se encuentran en otro sitio, fuera de su cuerpo, que revele el lugar; y, una vez encontrados, quémense. Exhórtese también al poseso a manifestar al exorcista todas sus tentaciones. 



21. y si el poseso ha quedado liberado, adviértasele que se guarde que se guarde con esmero de los pecados, para no ofrecer ocasión al demonio de volver a él, no sea que el nuevo estado de este hombre sea peor que el anterior.




31. La edición de 1926, después de la revisión de Pío XI hablaba todavía de melan­colía (atrabile) y decía: "Las señales de la presencia del demonio SON". La última edi­ción ha matizado: "PUEDEN SER".