jueves, 6 de febrero de 2014

¿El demonio puede provocar enfermedades en el cuerpo? 

 




Ante todo hay que dejar bien claro que las enfermedades aparecen por causas naturales. Pensar que las enfermedades tienen su causa en el mundo de los espíritus sería como querer regresar a un estado precientífico donde la razón sería sustituida por el mito. Ahora bien, si los demonios existen tampoco se puede descartar absolutamente que ellos puedan actuar alguna vez en este campo. Las reglas generales son como su nombre indica generales, pero nada impide que sucedan hechos especiales, por muy raros que éstos sean. Normalmente del cielo llueve agua, o cae nieve o granizo, pero alguna vez también cae del cielo un meteorito.

Así también de forma extraordinaria e inusual Dios puede permitir que un demonio provoque una enfermedad. De hecho, San Lucas menciona expresamente el caso de "una mujer, que desde hacía dieciocho años padecía una enfermedad producida por un espíritu, y estaba encorvada" (Lc 13,10-14). De esta mujer no se dice que estuviera endemoniada, pero sí se dice que el demonio era la causa de esa enfermedad. Esa afirmación es categórica en el Evangelio. A esto podemos añadir el caso de la muerte de los esposos de Sara en el libro de Tobías causada por el demonio Asmodeo (Tob 3). 


Santa Teresa de Liseaux escribió un capítulo muy interesante al hablar de su vida:

La enfermedad que me acometió provenía, ciertamente, del demonio. Furioso por vuestra entrada en el Carmelo [la de su hermana] quiso vengarse en mí de todo el daño que nuestra familia había de causarle en el futuro, pero no me hizo casi sufrir; pude proseguir mis estudios, y nadie se preocupó por mí. Hacia finales de año me sobrevino un continuo dolor de cabeza. (...)Esto duró hasta la fiesta de Pascua de 1883. (...) Al desnudarme, me sentí invadida por un extraño temblor. No sé como describir una enfermedad tan extraña. Hoy estoy persuadida de que fue obra del demonio. (...) Casi siempre parecía estar en delirio, pronunciando palabras sin sentido. (...) Con frecuencia parecía estar desvanecida, sin poder ejecutar el más mínimo movimiento. (....) Creo que el demonio había recibido un poder exterior sobre mí, pero que no podía acercarse ni a mi alma, ni a mi espíritu, si no era para inspirarme grandísimos temores de ciertas cosas". (Historia de un alma, cap.III)







Unos meses después de la ida al Carmelo de su hermana Paulina, Teresa cae gravemente enferma. En diciembre de 1882, Teresa comienza a sentir dolores de cabeza y del costado del lado del corazón, pánico, obsesiones, alucinaciones y ataques violentos. De pronto, el 25 de marzo de 1883, Teresa se pone muy grave. Su tío farmacéutico se siente muy preocupado. El doctor Notta dice que es muy grave y prescribe hidroterapia, continuos baños de agua, los que no producen ningún efecto. Su hermana sor María del Sagrado Corazón, dirá en el Proceso Proceso de beatificación y canonización: 
"A fines de marzo de 1883 Teresa permaneció en un estado lastimoso.
Sufría varias veces por semana crisis de terrores tan extraordinarios, que el doctor Notta afirmaba no haber visto nunca un caso semejante. Yo le oí confesar a mi padre su impotencia médica. Le oí incluso decir: “Désele el nombre que se
quiera a esta enfermedad, pero para mí no es histerismo”. Los objetos más insignificantes cobraban a sus ojos forma de monstruos horribles, y lanzaba gritos de terror. Frecuentemente, se sentía impulsada por una fuerza desconocida a precipitarse de cabeza contra el pavimento desde la cama. Otras veces, se golpeaba violentamente la cabeza contra la armadura del lecho. A
veces, pretendía hablarme, y ni el menor sonido salía de su garganta: sólo articulaba las palabras, sin llegar a pronunciarlas
Una particularidad que me impresionó mucho fue que, en varias
ocasiones, bajo esta influencia que juzgo diabólica, Teresa se ponía de repentede rodillas, y sin ayudarse con las manos, apoyando
la cabeza contra el lecho, intentaba empinar las piernas. Ahora bien, en esta actitud, que forzosamente debería destaparla, permanecía siempre modestamente cubierta, con gran
asombro mío: no pudiéndome explicar este hecho, yo
lo atribuía a una intervención del cielo. 
En los intervalos de las crisis, la niña aparecía en un estado de
agotamiento. Creí entonces que iba a morir. Viéndola agotada en aquella lucha, quise darle de beber, pero ella gritó, presa del terror: “¡Quieren matarme! ¡Quieren envenenarme!”
Unos clavos sujetos en la pared de la habitación se le aparecían de
repente bajo la forma de unos gigantescos dedos carbonizados, y gritaba:
“¡Tengo miedo, tengo miedo!”. 
Sus ojos, tan tranquilos y dulces, cobraban una
expresión de terror imposible de describir. 
En cierta ocasión, mi padre fue a sentarse junto a su lecho; tenía el
sombrero en la mano. Teresa le miraba sin decir una sola palabra, pues hablaba muy poco durante su enfermedad. Luego, como siempre, en un abrir y cerrar de ojos, cambió de expresión. Su mirada quedó fija en el sombrero, y lanzó un lúgubre grito: “¡Oh, la gran bestia negra!”. Sus gritos tenían algo de sobrenatural; habría que haberlos oído para hacerse una idea. 
Un día en que el médico se hallaba presente en una
de estas crisis, le dijo a mi padre: “La ciencia es impotente ante  estos fenómenos, no hay nada que
hacer”
Fue entonces cuando, con mis hermanas, me arrojé a
los pies de la Santísima Virgen. Por tres veces repetí la misma oración. A la tercera, vi que Teresa fijaba los ojos en la estatua de la Santísima Virgen. Su mirada aparecía radiante y como en éxtasis. Me confió que había visto a la misma Santísima
Virgen. Esta visión duró cuatro o cinco minutos; luego su mirada se fijó en mí con ternura. Desde entonces, no quedó huella alguna de su enfermedad. 
A partir del día siguiente, reanudó su vida ordinaria ".