lunes, 17 de febrero de 2014

LA INFLUENCIA DEMONÍACA


LA INFLUENCIA DEMONÍACA

 


La influencia demoníaca es un estado mas leve de posesión demoníaca. Aquel que sufre la influencia del demonio, acaba haciendo cosas malignas sin explicación, puede ponerse a blasfemar contra Dios sin saber por que lo hace, puede escuchar voces que le llevan a hacer cosas indeseables, puede oír voces interiores, puede obsesionarse con el sexo, con envidias, con el odio, con el suicidio y terminar matándose o matando a otra u otras personas.

Los demonios tienen una fuerte influencia en la vida de las personas que están infectadas y carecen de la protección de los Sacramentos y la oración. 




En general hay que sospechar de una influencia demoníaca cuando se suceden las desgracias en cadena. Las personas afectadas pueden verse de la noche a la mañana víctimas de todo tipo de calamidades: enfermedades continuas; robos; incendios de propiedades; estafas; continuos acosos verbales, laborales, sexuales o de otro tipo; despidos del trabajo; agresiones e insultos de los vecinos; una constante y pertinaz envidia de los allegados y conocidos que acaban retirándoles la palabra; habladurías y rumores continuos que hacen la vida imposible a la persona afectada; extrañas visiones demoníacas; miedos sin razón alguna; fallos de aparatos mecánicos o eléctricos; presencia de plagas de insectos u otros animales en el hogar; malos olores en la casa; etc.

En este caso lo que tenemos es un demonio que no ha entrado en la persona, sino que está permanentemente alrededor de ella. 

En estos tiempos de ateísmo y apostasía resulta extremadamente fácil quedar contaminado por estos espíritus maléficos, ya que al no haber práctica religiosa alguna, los demonios tienen vía libre para actuar sobre las personas, e incluso poseerlas entrando a morar dentro de ellas, pero sobre este punto hablaremos más abajo. 



La influencia demoníaca puede empezar por interés en lo oculto, consultas de horóscopo, leída de las manos, predicciones del futuro, tabla de guija, brujería, hechizos, mal de ojo, maldiciones de otras personas, odios, espiritismo, magia, yoga, péndulo, comunicación con espíritus a través de mediums, clarividentes, cartas, adivinaciones, supersticiones, amuletos, encantaciones, cristales, nueva era, literaturas, cines y imagenes impuras, violentas o satánicas, etc.
Básicamente, lo que sucede es lo siguiente: uno o varios demonios empiezan a circundar a la víctima, ya sea por un hechizo, ya sea por la práctica del ocultismo. 

Inmediatamente, el afectado comienza a ser víctima de toda clase de tentaciones pecaminosas, con pensamientos obsesivos e incesantes sobre toda clase de pecados: robos, avaricias, envidias, odios, violaciones, depravaciones sexuales, suicidios, e incluso asesinatos. 

Los demonios conocen perfectamente a la víctima, saben exactamente cual ha sido y es su vida, y conocen sus puntos débiles. Y es ahí donde atacan con una persistencia digna de mejor causa. 



San Ignacio de Loyola pone el ejemplo de un castillo que se prepara para un asalto. El enemigo, previamente, estudia las murallas, las almenas, los fosos, y todas las defensas del castillo para lanzar toda la potencia del asalto por el punto más vulnerable. 





El objetivo de los asaltantes es siempre el mismo: conseguir la condenación de la víctima.

Los demonios no pueden eliminar el libre albedrío de sus víctimas, pero sí pueden someterlas a un continuo acoso de tentaciones para hacerlas caer en los vicios más detestables, en los pecados más repugnantes, y de esta forma arrastrarlas con ellos al infierno eterno.




En esta lucha, los demonios ponen especial interés en promover el ateísmo o al menos las dudas religiosas en la víctima. Ésta puede encontrarse a sí misma con pensamientos blasfemos, con un deseo incontenible de apartarse de Dios y con un odio casi visceral por todo lo que tenga que ver con la religión. Si esta estrategia funciona y la víctima cae en el ateísmo, entonces el demonio acosador se habrá asegurado su permanencia indefinida a su lado, pues sólo con la oración es posible expulsar a los demonios. 

Si, por el contrario, la víctima consigue superar este acoso teológico y mantener una cierta práctica religiosa, aunque sea mínima: misa, confesión, etc., entonces tendrá una cierta protección contra este acoso incesante de los espíritus demoníacos, e incluso podría llegar a apartarlos de su lado si pone un poco más de empeño en sus oraciones.  
 Porque este es el modo de apartar esta peste satánica: la ORACIÓN.

Es necesario pedir a Dios la expulsión de los demonios de nuestro alrededor y a continuación orar hasta que se produzca la liberación. En algunos casos basta con unos pocos rosarios, en otros donde el  maleficio es más potente pueden ser necesarios varios días o semanas de oración regular hasta que se produzca la expulsión.

Cuando la liberación se produce, la víctima suele sentir una gran paz interior, siente como si una gran agitación interior cesase de pronto y se encontrase al fin con la PAZ DE CRISTO.

Tenemos documentado en Santa Teresa de Ávila un caso de maleficio de este tipo ejercido sobre un sacerdote por medio de un amuleto:

"Pues comenzándome a confesar con este que digo, él se aficionó en extremo a mí (...). No fue la afición de éste mala; mas de demasiada afición venía a no ser buena. 
Tenía entendido de mí que no me determinaría a hacer cosa contra Dios que fuese grave por ninguna cosa, y él también me aseguraba lo mismo, y así era mucha la conversación. Mas mis tratos entonces, con el embebecimiento de Dios que traía, lo que más gusto me daba era tratar cosas de El; y como era tan niña, hacíale confusión ver esto, y con la gran voluntad que me tenía, comenzó a declararme su perdición. Y no era poca, porque había casi siete años que estaba en muy peligroso estado, con afición y trato con una mujer del mismo lugar, y con esto decía misa. Era cosa tan pública, que tenía perdida la honra y la fama, y nadie le osaba hablar contra esto. A mí hízoseme gran lástima, porque le quería mucho (...). 


Procuré saber e informarme más de personas de su casa. Supe más la perdición, y vi que el pobre no tenía tanta culpa; porque la desventurada de la mujer le tenía puestos hechizos en un idolillo de cobre que le había rogado le trajese por amor de ella al cuello, y éste nadie había sido poderoso de podérsele quitar. Yo no creo es verdad esto de hechizos determinadamente; mas diré esto que yo vi, para aviso de que se guarden los hombres de mujeres que este trato quieren tener (...). Pues como supe esto, comencé a mostrarle más amor. Mi intención buena era, la obra mala, pues por hacer bien, por grande que sea, no había de hacer un pequeño mal. Tratábale muy ordinario de Dios. Esto debía aprovecharle, aunque más creo le hizo al caso el quererme mucho; porque, por hacerme placer, me vino a dar el idolillo, el cual hice echar luego en un río. Quitado éste, comenzó -como quien despierta de un gran sueño- a irse acordando de todo lo que había hecho aquellos años; y espantándose de sí, doliéndose de su perdición, vino a comenzar a aborrecerla. Nuestra Señora le debía ayudar mucho, que era muy devoto de su Concepción, y en aquel día hacía gran fiesta. En fin, dejó del todo de verla y no se hartaba de dar gracias a Dios por haberle dado luz. A cabo de un año en punto desde el primer día que yo le vi, murió. Y había estado muy en servicio de Dios (...). Tengo por cierto está en carrera de salvación. Murió muy bien y muy quitado de aquella ocasión. Parece quiso el Señor que por estos medios se salvase." (Libro de la Vida, capítulo 5).