Puede Ladrar, pero no morder
«El diablo
puede ladrar, pero no puede morder; te puede atemorizar, pero no hacerte daño.
Y esto te lo aseguro delante de Dios, en presencia del cual te hablo».
San Vicente de Paúl
En la raíz de las tentaciones del diablo se
presentan dos movimientos: el amor de Dios por los hombres y la odiosa envidia
de Satanás.
Dios permite la tentación por amor, para dar a la criatura humana
la ocasión de elevarse hacia Él por actos de virtud; el demonio realiza la
tentación por odio, para hacer caer al hombre.
Dios ofrece al hombre una
ocasión de subir y Satanás utiliza esta misma ocasión para hacerle caer.
Así,
por una misteriosa orden de Dios, sin saberlo, sin quererlo, a pesar suyo,
contra las inclinaciones de todo su ser, Satanás contribuye indirectamente pero
realmente a la extensión del Reino de Dios sobre la tierra.
¿No es ésta, por
otra parte, la razón de su presencia entre los hombres hasta el último juicio,
antes de ser precipitado en las profundidades del infierno?.
Que Dios controla y utiliza para sus fines las
actividades de Satanás. ¿Por qué temblar delante de la
potencia de Satanás? Jamás corre como un perro rabioso que hubiese roto su
cadena. Dios lo tiene siempre encadenado, de día y de noche.
Santa Teresa del Niño Jesús usaba
una imagen para mostrar los límites del poder de Satanás: comparaba el diablo a
un gran perro malo que no puede nada contra una niña pequeña subida en las
espaldas de su padre.
A un sacerdote de la Misión, a quien Satanás
tenía razones para odiar, San Vicente de Paúl le escribía: «El diablo
puede ladrar, pero no puede morder; te puede atemorizar, pero no hacerte daño.
Y esto te lo aseguro delante de Dios, en presencia del cual te hablo».
Fuente: libro, Ángeles y demonios de Georges Hubert.
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