RITUAL DE 1614 SOBRE EL EXORCISMO
Título XI Capítulo 1
Reglas integradas en el Ritual romano
Reglas que se han de observar con los endemoniados que se exorcizan
El texto de 1614 sólo ha sufrido modificaciones muy ligeras en 1926, bajo Pío XI, y en 1952, bajo Pío XII.
El gran exorcista platense Padre Carlos Alberto Mancuso exhibiendo el Ritual de 1614
l. El sacerdote encargado,
por autorización especial y expresa de su ordinario, de exorcizar a las
personas atonnentadas por el demonio debe tener la piedad, la prudencia y la
integridad de vida que requiere su función: confiando no en su fuerza, sino en
la de Dios, ajeno a toda búsqueda interesada de bienes humanos, que cumpla una
obra tan santa por caridad, con constancia y humildad. Es conveniente además
que sea de edad madura, y respetable no sólo por su oficio, sino también por la
dignidad de sus costumbres.
2. Así pues, para que realice
correctamente su misión, aplicándose a sacar de los autores experimentados
otras enseñanzas que le serán útiles -que aquí por brevedad se omiten-,
observará cuidadosamente algunas nornas, más necesarias, que aquí se indican.
3. Ante todo, que no crea
fácilmente que alguien está poseído por el demonio, sino que conozca bien los
signos que penniten distinguir un poseso de los enfermos, particulannente
los enfennos psíquicos. Ahora bien, las señales de una posesión demoníaca pueden
ser1: decir una larga serie de palabras en una lengua
desconocida, o comprender al que las dice; revelar cosas distantes o secretos;
mostrar fuerzas superiores a las de su edad o de su constitución natural -y
otros hechos de este género que, cuando coinciden, constituyen síntomas mucho
más fuertes.
4. Para aumentar su saber en
esta materia, después de uno o dos exorcismos pregunte al poseso qué es lo que
ha sentido en su alma o en su cuerpo, a fin de saber tam
bién qué palabras conturban
más a los demonios, a fin de, en adelante, inculcarlas con más fuerza y
repetírselas más a menudo.
5. Advierta qué artificios y
qué fingimientos utilizan los demonios para engañar al exorcista: tienen en
efecto la costumbre de dar, lo más posible, respuestas engañosas y de mostrar dificultad en manifestarse, para que el exorcista, agotado
por los largos esfuerzos, termine por renunciar; o para que parezca que el
paciente no es atormentado por el demonio.
6. A veces los demonios,
después de haber sido desenmascarados, se ocultan y dejan al cuerpo en
apariencia liberado de toda importunidad para que el enfermo se crea
completamente liberado; pero el exorcista no debe cesar hasta constatar señales
de la liberación.
7. A veces los mismos
demonios ponen delante del enfermo todos los obstáculos que pueden para que
éste no se preste a los exorcismos, o bien tratan de convencerle de que su
enfermedad es natural; a veces durante el exorcismo hacen dormirse al enfermo
y le hacen asistir, en una visión, a su propia retirada, de" manera que el
enfermo se crea liberado.
8. Algunos indican la
naturaleza del maleficio, sus autores, y el modo de suprimirlo: pero que evite
recurrir, por esto, a magos, a hechiceros, o a cualquier otro fuera de los
ministros de la Iglesia; y que no utilice, tampoco, ningún otro procedimiento
supersticioso, ni ningún otro medio ilícito.
9. Algunas veces el diablo
permite al enfermo estar en reposo y recibir la santa Eucaristía, para hacer
creer que se ha marchado. Finalmente, innumerables son los artificios y
fraudes del diablo para engañar a los hombres; el exorcista debe estar muy en
guardia para no caer en el engaño.
10. Que se acuerde de la
palabra de nuestro Señor: "Hay un género de demonios que son arrojados si
no es por la oración y el ayuno" (Mt 17,20); que tenga cuidado de emplear,
con preferencia a todo, estos dos remedios para obtener la ayuda divina y
lanzar a los demonios, siguiendo el ejemplo de los santos padres, en la medida
de lo posible, bien asumiendo él mismo estas prácticas, bien recomendándolas a
otros.
11. El exorcismo, hágase en
una Iglesia, si es posible o en otro local religioso y conveniente a donde sea
llevado el energúmeno, apartado de la gente, para ser exorcizado, pero si está
enfermo, o por otra razón honorable, podrá ser exorcizado en una casa pri vada.
12. Exhórtese al poseso, si
su espíritu y su cuerpo tienen capacidad para ello, que ore a Dios por sí mismo
y que ayune y recurra a la ayuda de la santa confesión y santa comunión, con
frecuencia y de acuerdo con los consejos del sacerdote; durante el exorcismo,
recójase profundamente, vuélvase hacia Dios y, con una fe firme, con toda humildad, implore
su salud. Y cuando aumente la violencia de los tormentos, que lo soporte con
paciencia, sin dudar en ningún modo de la ayuda de Dios.
13. Dirija la mirada al
crucifijo. Cuando pueda tener también reliquias de santos, después de haberlos
ligado de manera conveniente y segura, y haberlos recubierto con un velo,
acérquelos con respeto al pecho y a la cabeza del poseso; pero que atienda
cuidadosamente a que estas cosas sagradas no sean tratadas de manera indig
na, ni que no les haga el
demonio ninguna injuria. En cuanto a la santa Eucaristía, que no se la tenga
sobre la cabeza del poseso, ni se la acerque de alguna otra manera a su
cuerpo, por el posible peligro de irreverencia.
14. Que el exorcista no se
extienda en hablar mucho; que no haga preguntas superfluas o de simple
curiosidad, especialmente sobre el porvenir y sobre secretos temas que no están
relacionados con su función; sino que ordene al espíritu inmundo callarse y
responder sólo a lo que se le pregunta; y que no crea el demonio ni finge ser el alma de un
santo o de un difunto, o un ángel bueno.
15. Hay que preguntar por el
número y el nombre de los espíritus que habitan en el poseso, sobre el momento
de su entrada, y otras indicaciones de
esta naturaleza. Pero en cuanto a todo lo demás, burlas, risas, inepcias del
demonio, debe cortarlo el exorcista o tratarlo con desprecio y tengan
advertidos a los asistentes, -que deben ser poco numerosos- de hacer caso de
ello y no preguntar ellos mismos al
poseso, sino más bien, humildemente y con todas sus fuerzas, pedir al Señor por
él.
16. Efectúe las prácticas y la lectura del exorcismo con firmeza y autoridad, con mucha fe,
humildad y fervor; y, cuando vea que el espíritu es vivamente torturado, que insista
entonces y que le presione más. Y cuantas veces vea al poseso sufrir en
cualquier parte de su cuerpo una conmoción o un pinchazo o alguna hinchazón aparecer
aquí o allí, haga en ese sitio la señal de la cruz y una aspersión con agua bendita, que debe
entonces tener a mano.
17. Observe también qué
palabras provocan en los demonios más estremecimiento y repítalas varias veces; y cuando llegue a la
fase de las amenazas, pronúncielas dos veces y más, aumentando siempre el
castigo anunciado: si constata entonces progresos, persevere en ello, durante
dos, tres, cuatro horas, incluso más, en la media de sus posibilidades, hasta
conseguir la victoria.
18. Absténgase el exorcista
de dar o de aconsejar cualquier medicamento al enfermo poseso; este cuidado déjeselo
a los médicos.
19. Si exorciza a una mujer,
que esté siempre acompañado de personas virtuosas para sujetar a la posesa en
los momentos en que es agitada por el demonio; que estas personas, además, si
es posible, sean los pacientes más próximos de la paciente; no olvide el
exorcista la decencia, y cuídese de no decir ni hacer
nada que pueda ser para él, o para otros, ocasión de pensamientos deshonestos.
20. En el exorcismo, use
palabras de la Sagrada Escritura, más que suyas, o de otro. y ordene al demonio decir si está retenido en
ese cuerpo a consecuencia de alguna acción mágica o por talismanes o
instrumentos maléficos -y, si el poseso los ha tragado, que los vomite; o
bien, si estos objetos se encuentran en otro sitio, fuera de su cuerpo, que revele
el lugar; y, una vez encontrados,
quémense. Exhórtese también al poseso a manifestar al exorcista todas sus
tentaciones.
21. y si el poseso ha quedado liberado,
adviértasele que se guarde que se guarde con esmero de los pecados, para no
ofrecer ocasión al demonio de volver a él, no sea que el nuevo estado de este
hombre sea peor que el anterior.
31. La edición de 1926,
después de la revisión de Pío XI hablaba todavía de melancolía (atrabile) y
decía: "Las señales de la presencia del demonio SON". La última edición
ha matizado: "PUEDEN SER".